Que Forjamos.
“El modelo educativo imperante consiste en encerrar en un espacio reducido a un grupo de niñ@s de la misma edad, para que desarrollen exactamente las mismas aptitudes: treinta niñ@s escuchando a un maestr@ sentado cátedra sobre lo que él sabe, más que sobre lo que a ell@s les puede interesar y necesitan aprender para situarse más tarde en la vida. Se trata de amoldarl@s a un modelo concreto; no de una convivencia entre una variedad de personas de edades y aptitudes variadas, desarrollando caminos personales y colaborando entre sí para ayudarse mutuamente y como grupo. Los avances realizados en la digitalización de los bancos de datos y conocimientos permitirán, con el tiempo, individualizar la oferta educativa, en lugar de digitalizar lo obsoleto, como ocurre en la mayoría de centros educativos.
Este modelo cerrado crea, inevitablemente, condiciones competitivas extremas. Los niñ@s se comparan constantemente un@s con otr@s. No aprenden a apoyarse, a colaborar ni a dividirse las tareas. Tod@s sirven para lo mismo, llevan a cabo tareas idénticas; no aportan nada específico al grupo, ni desarrollan sus cualidades personales, ni valoran las diferencias, ni se responsabilizan de su entorno, sus compañeros o su propio aprendizaje , y compiten por la atención del mismo profesor. Si se pretende formar a adultos que sepan colaborar, éste es el peor sistema posible.
Los niñ@s extraen de las comparaciones sus conceptos de normalidad y de éxito. Y, sin embargo, de entrada se sabe que en el mundo adulto uno de los grandes escollos para ser feliz es la manía de compararse con los demás, que genera frustración e inseguridad. Es decir, que el sistema educativo no sólo enseña a los niñ@s a competir sino a competir con los más allegados y a compararse en todos los sentidos. ¿A quién se le dan mejor las “mates”? ¿Quién se viste de determinada manera? ¿Quién es más guap@, más popular? ¿Quién se lleva mejor con el “profe”? Los niñ@s crecen en un ambiente cerrado, excesivamente comparativo y competitivo.
[…] Para esto, habría que cambiar las bases del propio sistema. Es necesario idear un sistema educativo capaz de fomentar los valores de colaboración, cosa que sólo se consigue si l@s jugadores, los niñ@s en este caso, llegan a confiar en el resto y en que, a largo plazo, les resultaría más beneficioso colaborar que competir. “
“Al decir competir, me refiero a una situación en la que dos individuos luchan por el mismo bien. Uno lo consigue y el otro no. Hay un ganador absoluto y un perdedor absoluto. Por el contrario, cuando se habla de colaborar o cooperar, se trata de aplicar cierta justicia, de atender todas las necesidades existentes. El modelo cooperativo no es un modelo rígido, sino que se adapta a las necesidades. El modelo competitivo, en cambio, es un modelo donde siempre prima el que gana y es, por tanto, excluyente. Y prima el que gana sin importar el precio que paga él o su medio –en principio no existen límites a los destrozos que puede ocasionar el ganador- . Ganar es lo importante. Si existen límites, son impuestos por la sociedad y considerados obstáculos incómodos por parte del ganador. El ganador tiene entonces dos retos: su interés personal y el propio afán de ganar, que se convierte en parte del juego y pasa a ser un fin en sí mismo.
El modelo competitivo es un modelo que no requiere empatía con las necesidades o las emociones de los demás. No existe una escala de valores sino una escala de resultados. Otro problema del sistema competitivo es que para ganar deprisa y repetidas veces no se piensa a largo plazo. Se forman jugadores a corto plazo. Se persiguen pequeños objetivos para mañana o pasado mañana, generando, finalmente, frustración a la larga. El sistema educativo actual refleja los valores y los criterios organizativos de nuestra sociedad pero, en realidad, ¿es útil para la sociedad crear un modelo así?”
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